Seguramente en este tiempo de
desculturización las nuevas generaciones no hayan sepan de “El Proceso” de
Kafka. Pero hoy vivimos en ese mundo arbitrario e irracional que pudo parecer
una horrorosa fantasía para nuestros padres y abuelos. Tal es la situación de
subversión de los sentidos en que estamos hoy inmersos que no podremos ya
diferenciar en que “estado mental” vivimos puesto que aquella certeza aparente
que denominábamos “realidad” ha desaparecido. Diversos “estados mentales” han
remplazado aquel concepto denominado realidad, pero lo que no ha cambiado es
nuestra credulidad. Podemos creer en todo lo que se construye remplazándola,
imitándola como sucedáneo, la realidad virtual, por ejemplo, producida mediante
artilugios electrónicos e ilusiones ópticas diversas.
La saturación de nuestros ojos
con imágenes virtuales, nuestros oídos con sonidos permanentes, hacen que
nuestra mente deba estar siempre ocupada, nuestra atención dividida, eso que
denominamos “diversión” continua, aun cuando creemos que nos estamos
informando, lo que recibimos es datos atomizados, cernidos, clasificados,
conceptos reelaborados por los intermediarios entre el exterior y nuestros
sentidos, eso que llamamos inocentemente
“medios”, pero que constituye una industria formadora de sensaciones,
como lo es la industria de la bebida o de las golosinas que forman un conjunto
destinado a saturar nuestros sentidos, desde la vista al paladar.
Debemos estar permanentemente
conectados. Tan conectados que terminamos aislados de nuestro entorno
inmediato. Permanentemente distraídos por el accionar de los artefactos
electrónicos que compulsivamente nos reclaman atención. Ya no hay reunión
social, clase, acto político, ceremonia religiosa o velatorio, que no vea alterada
su homogeneidad por la desatención provocada por estos accesorios que se han
vuelto verdaderas prótesis de nuestros cuerpos, su uso una adicción.
El resultado de este proceso es
la saturación de nuestros sentidos, la distracción permanente de nuestra atención
y por lo tanto la incapacitación del juicio crítico, nos volvemos crédulos,
vulnerables y en medio de esa ajenidad virtual irreflexivos puramente
sensitivos. Quedamos prontos para
aceptar todo lo que produzcan los medios, que ya no han de ser opiniones sino
sensaciones, las opiniones vamos a creer que las ponemos nosotros porque
nuestro estado de ánimo va a ser conducente a ese fin. Así vemos como la
“sensación de inseguridad” puede llegar a convertirse en actitud y de ahí hasta
en “opinión política” de la doña o el don en cualquier esquina, o convocar a
los vecinos a una “quema de cubiertas” en reclamo de “seguridad” por un crimen
de violencia doméstica o sexual. Algo que hace unas décadas era el privilegio
del accionar de estudiantes izquierdistas en reclamos de presupuestos o de
obreros enfrentados a un lockout patronal. Se logran instalar estados de ánimo capaces de
crear realidades sociales, percepciones colectivas capaces de hacer perder la
individualidad generando comportamientos de horda, por ejemplo, linchamientos
físicos o psíquicos de un enemigo virtual.
Para regular nuestra
sensibilidad, anestesiarla, también el idioma debe de acondicionarse para
funcionar de acuerdo a estos “estados mentales”. Para ello se deben evitar los
términos que “suenan fuerte”, no vaya que nos despertemos, para ello se recurre
a los “eufemismos”, cuando no apelando a circunquiloquios, o verdaderos rodeos
para explicar lo que no se quiere explicar claramente, es lo que hacen los
ministros de economía, banqueros o médicos cuando tienen que explicar
“soluciones finales”, como gustaban decir los viejos nazis.
Se impone con mano de seda el control de las
relaciones humanas, por ello ya no hay negros, hay “afrodescendientes”, ni
maricones, invertidos o putos, ahora hay “gay”. No existen los cretinos,
idiotas o tarados, ahora son “personas con capacidades diferentes”. El objeto
de estos eufemismos es el encubrir, suavizar, todo aquello que pueda irritar
creando una sensación de equidad social que no existe ni puede existir en un
mundo en el que el 1% de la población mundial detenta la riqueza del otro
90%... pero eso hay que disimularlo maquillando el lenguaje.
Ejemplos al canto. Si tenemos que
organizar el saqueo de un país, abatir el nivel de vida de toda su población, desbaratarle
los servicios públicos, apropiarse de sus bienes privatizando sus empresas
públicas, entregar sus recursos naturales a consorcios multinacionales, hasta
negarles el derecho a un medio ambiente limpio, lo hacemos en nombre de las
“buenas costumbres” con poses de puritanos
nos lanzamos a la caza de los “corruptos”. Y, ¿Quiénes son corruptos?
Todos los capitalistas a los que se quiere arruinar por haber sido funcionales
a un proceso de desarrollo autónomo nacional.
No son corruptos los que entran a saco al país destrozando su economía,
reconociendo dudas ficticias para pagarlas con nuevos endeudamientos masivos,
creando la pobreza en una sociedad naturalmente rica.
Veremos desfilar por los
tribunales a ser juzgados como delincuentes a nuestros estadistas, juzgados por
logreros mandatados por quienes se apropian del patrimonio nacional. A la
política remplazada por la administración mercenaria a cargo de funcionarios
que, hasta la víspera, revistaban en las plantillas funcionales de las
multinacionales o formaban parte de sus bufetes de abogados.
Las nuevas dictaduras son más peligrosas
que las de otrora. El control externo es remplazado por el interno. La capucha
de lona es remplazada por el bombardeo mediático, las relaciones personales por
las “redes sociales”, el dialogo por el “chat”, las miradas a los ojos por las
miradas a las pantallas de móviles o PC… las cadenas se vuelven invisibles
nuestros celulares no solo controlan el
contenido de nuestras comunicaciones, nuestra ubicación física en el territorio
está satelitalmente controlada, nuestras cadenas de relaciones registradas, en
fin, el panóptico del “gran hermano” puede registrar todos nuestros
movimientos, desde sus cámaras porque “por nuestra seguridad” debemos ser
vigilados…
Así que a no dejarse llevar por
los eufemismos, los circunquiloquios y todos los enmascaramientos semánticos y
semióticos que fabrican los Duranbarba
gurús de la manipulación universal. A comenzar a llamar a las cosas por
su nombre,” al pan pan y al vino vino.” A la “globalización” imperio mundial. A
los periodistas, cagatintas. A los economistas liberales: ladrones, piratas de
corbata. A sus políticos y publicistas, cretinos, porque son realmente
“personas con capacidades diferentes”, tienen la capacidad de mentir sin pestañear.
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