Los viejos de antes, porque los de ahora somos nosotros, nos
decían:” Los trapos sucios se lavan en casa”. Porque nadie quería el juicio
público sobre sus asuntos privados.
Y con la misma discreción, gracias a la pandemia, los frentistas
venimos haciendo las evaluaciones en casa, en pequeñas conversaciones, pero las
reflexiones son semejantes, las conclusiones también van creando nueva
conciencia de lo que sucedió para ayudar a resistir el presente político en
medio del humo del “carmelavirus”.
Somos un pequeño estado, casi una ciudad estado, por su alta
concentración urbana, plantados demográficamente en menos de 3.5millones. Condenados
a ser menos y mas viejos en el 2050. Disminuyendo
rápidamente por la tasa negativa de nacimientos respecto a defunciones. Las generación
del 50, aquellos que llegaron a la adustez, veinte o treinta años en esa década,
quedan dos J.Mujica y Sanguinetti. ¡En este país geriátrico nos parece joven un
cincuentón largo presidente! Los de la década siguiente, los del sesenta,
ya van todos para octogenarios y la mayoría ni estarán para votar las próximas
elecciones.
Así que la esperanza está en las nuevas generaciones, en esos
que yo llamo “los hijos del proceso”, aquellos que nacieron en la década infame
y hoy son cuarentones, a los que ya les vienen pisando los talones los hoy
treintenos.
El problema que veo, no es solo la declinación demográfica
del país, sino el aparente desinterés por la formación política de las
generaciones que están destinadas a hacerse cargo del país.
La política es un oficio en los que prima la formación vocacional
familiar y partidaria. Es en la familia que se cultiva el interés temático y en
las facciones políticas donde se forma los dirigentes.
Momentos de crisis, como los sufridos por el país en la década de los
sesenta, generaron muchas inquietudes políticas. Son los tiempos de crisis, los
que renuevan las nomenclaturas políticas en las sociedades. Las revoluciones son
los procesos por las cuales una casta directriz se sustituye por otra y se producen cambios. Siempre son procesos
violentos, porque afectan intereses vitales, interfieren agentes de potencias
externas, que buscan liar sus intereses con los bandos en pugna. Ese es el
drama americano desde las guerras napoleónicas que dieron origen a nuestra
independencia.
En el siglo XX se repite la historia, los conflictos europeos
se convierten en guerras de liberación nacional en las colonias. Así pues
fueron aquellos años, de duros debates seguidos de sangrientos enfrentamientos
en las calles y sindicatos. Pero era un país mucho mas joven. La juventud de un
país está dada por el promedio etario de su población, del tamaño de las
familias. En aquellos años el prototipo familiar era de tres hijos. La mayoría de la población era menor de
treinta años, había ocupación estable y un ingreso podía sostener a esas
familias.
Al finalizar la segunda guerra mundial se dio en el mundo lo
que se llamó “baby boom”, una explosión demográfica, que en América del Sur ya
venía dándose gracias a la industrialización de sustitución de importaciones,
tan denostada siempre por las oligarquías socias de la industria extranjera.
Pero, nos industrializamos aceleradamente durante la primer guerra mundial en la que se viera cortado el flujo comercial
norte sur. Favorecidos por una inmigración calificada, obreros y artesanos que
huían de la guerra europea, con lo que accedimos a los beneficios de una tardía
“revolución industrial”.
Todo eso fue arrasado cuando
las potencias industriales del norte volvieron a la paz, reciclaron su
industria bélica fines pacíficos y nos tiraron , por las buenas o por el
fraude, los gobiernos que habían hecho la revolución industrial. Los institutos
surgidos de esa segunda guerra para el control mundial por parte de Norteamérica,
Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización mundial de Comercio,
etc. Encorsetaron el comercio mundial, destruyeron nuestros mercados exteriores
e interiores, cerrando el camino al desarrollo de los nacidos en ese “baby boom”
de los años cuarenta. Así pues, cuando aquella generación llega a la mayoría de edad,
el mundo comienza a cerrarse. Y ese
fenómeno continental es el que ocasiona levantamientos por doquier, entre ellos
la Revolución Cubana es un sobreviviente de esa época, mas es el remanente de
la disputa entre las potencias triunfantes, EEUU Y URSS, conflicto que signaría
los siguientes cuarenta años. Conflicto
que nos distrajo, internalizándose, en medio del reacomodo de los intereses
imperialistas en la región.
Aquella generación fue despistada ideológicamente, la
liberación nacional se entreveró la disputa imperialista entre vencedores
imponiendo la anarquía política y el liberalismo económico. Resuelta la disputa
metropolitana, con la simbólica “caída del muro”, se los tragó el liberalismo.
De aquella “guerra fría”, que calentamos con nuestra sangre,
salieron estas democracias enclenques, sobre países inviables económicamente,
atados como proveedores de materias primas sin valor agregado, o acaso agregado
por maquinaria y tecnología que nos empobrece el mercado interno.
Los paréntesis militaristas nos dejaron un vacío de
pensamiento nacional, tuvimos administradores, pero no gobernantes. Estados intervenidos,
auditados por acreedores. Empobrecidos por el saqueo de sus oligarquías
viviendo de la mendicidad financiera. Estados sin estadistas. Y con ello el
vaciamiento total del sentido de la política como instrumento de la prospera dignidad
de los pueblos.
Y, entonces la política, que es la expresión del “nosotros”,
pierde sentido de ser. Cuando el corporativismo remplaza al estado la política
muere. La gente se atomiza y la salida es el sálvese quien y como pueda.
Hoy vemos instalado el paradigma liberal: “el hombre lobo del
hombre”. Nuestro Leviatán.
Comentarios
Publicar un comentario