En los años setenta
del pasado siglo, cuando se libraba la guerra de Vietnam un pueblo de campesinos
recibía la agresión mas fiera del imperio mas poderoso del mundo, de los que venían de arrasar Europa y Japón,
aplicado por primera vez el terrorismo nuclear para espanto de todas las
naciones. Ese pueblo había vencido a los framceses, enfrentaban la descarga de
la nación industrial mas poderosa. Incesantes bombardeos de selvas con napalm, gelatina de nafta y glicerina, del
poderoso glifosato creado como arma bélica, para desfoliar la selva y arruinar
los cultivos y condenar al hambre a ese modesto pueblo de agricultores, que
escondidos entre los árboles podían derribar un helicóptero acerando un disparo
de flecha un piloto distraído.
El enemigo probó todas sus armas mortíferas en aquel pueblo,
sus aldeas arrasadas, sus mujeres violadas, sus hijos decapitados, y sus
hombres torturados hasta la muerte, jóvenes encerrados en “jaulas de tigre”
durante años quedaban deformes tras años de permanencia, por pérdida de su
masas musculares.
El principio de tratar a los enemigos con sus propios
horrores, un pueblo narcisista y hedonista, cobarde ante el sufrimiento, no
podía concebir otra cosa que el dolor como arma
de dominación. Pero, el hombre no
es solo carne, es pensamiento, es idea. Así pues del seno de aquel pueblo surgieron los antídotos:
los sacerdotes y novicios budistas ofrecieron sus vidas, comenzaron a inmolarse
en público mediante el fuego. ¿Qué puede temer un pueblo ante tal ejemplo, si
se declara inmune al dolor y a la muerte? Vietnam demostró que la barbarie
tecnológica de los auto proclamados “
raza superior, elegidos de dios o providencias”, no podían ante el valor de
aquellos que no temían ni al dolor ni a la muerte. Ellos eran Buda y Buda estaba
en ellos en esta vida, las pasadas y las por venir. No eran suicidas,
individuos acorralados por la situación de maldad a que estaban sometidos ellos
y sus hermanos. Eran símbolo y bandera para la resistencia de su nación.
Aquí lo que importa es el sentido que
tiene un acto para los demás. Una inmolación es un acto de resistencia, un
llamado al heroísmo fraterno. Un suicidio es la consecuencia de la derrota
individual, de la destrucción de su sentido de pertenencia social. Entonces es
simplemente una curiosidad en medio de
una plaza llena de transeúntes distraídos por sus celulares, una noticia
policial en el noticiero de las 20hrs. Frívolos periodistas dijeron que ya
han sido mas de doce los que en silencio, en sus chozas, se han inmolado, no
son mas que un número dentro de los setecientos suicidios anuales, que en una
guerra social estúpida, se arruina un pueblo sin alma.
https://twitter.com/i/status/1441056520960200705
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