El primer medio fue la escritura. La magia que era, para los
ojos de los comunes, el que el sacerdote leyera aquellos signos. Su lectura de
por sí era mágica. El asombro por escuchar la repetición de lo leído. Era de
por sí “palabra de Dios”. Esa veneración por el mensaje escrito, que supera la
autoridad del relato efectuado por los ancianos de la tribu, es el principio de
autoridad de unos hombres sobre los otros. La costumbre se convierte en Ley
cuando es escrita y juramentada. En fin, nuestro carácter gregario se funda en
la necesidad de creer en que existe una entidad común que moviliza voluntades
colectivamente permitiendo la acción concertada de los hombres. La obediencia
de unos a otros. Claro que eso no es una construcción por encanto, mucha sangre
y sufrimiento, mucho látigo y tormento, hicieron que la “obediencia debida”, o el
acatamiento a la ley, porque, como decían los viejos maestros, “la letra con
sangre entra”.
Hoy nuestras sociedades multitudinarias están domesticadas,
arrebañadas, mediante la educación y los mensajes opiáceos de los medios. Pero, siempre está ahí,
pendiente el látigo y el castigo para los rebeldes.
La masificación humana genera comportamientos de rebaño, de
pérdida de individualidad. Su seguridad está en el mismo rebaño, apartarse
genera temores. La oveja que se aparta corre más riesgo de ser comida por los
lobos que las que se aprietan en el rebaño. Eso es lo que inhibe la iniciativa
personal, hace tan excepcional a los jefes y conductores que cambian el rumbo
de las sociedades y las sacan de los atolladeros o les hacen triunfar sobre sus enemigos.
Los medios juegan el papel de los jinetes que ululan o silban
al rebaño para conducirlos, embretar los conducirlos a su perdición. Descubrir
el engaño, “atarse al mástil” de sus convicciones, como hizo Ulises, para evitar ser conducido
al naufragio por el canto de las embusteras sirenas. Todos somos en este
momento víctimas de los embustes mediáticos, de las siber campañas o de
fulleras marionetas de tecnocracias poblicitarias que fungen como gobernantes.
La única
alternativa es “atarse al mástil” de nuestras convicciones mas firmes, dudar de
todos los “cánticos de sirena”, en primer lugar los de quienes entregaron el
barco al enemigo.
Comentarios
Publicar un comentario