“En el medio del camino de mi vida me perdí en una senda
oscura”, comienza diciendo Dante, cuando tendría la edad que se le atribuye a Cristo, treinta y tres
años, cuando la expectativa de vida no sobrepasaba los sesenta y seis… Hoy, en algunas
sociedades privilegiadas, la mitad de nuestra vida puede pasar de los cuarenta
y no es raro alcanzar los noventa años
de edad.
Cuando uno tiene mas memoria
que expectativas puede decirse ha ingresado en la tercer edad sin retorno, siguiendo la clásica
división de la existencia en juventud, madurez y vejez. La característica de
este tercer tiempo de la vida es que se tienen mas conocidos, amigos y
parientes muertos que presentes. Nuestra
generación, la que llegó a la veintena en los sesenta, tuvo muchas bajas
prematuras, otras mas tardías, pero en general vemos que muchos ven reducidos
sus días a los tiempos de Dante y los vemos caer diariamente. Es que el
tránsito por los infiernos deja secuelas, apura los días, quema los años…
Hace años que perdí contacto
con la mayoría de aquellos jóvenes
contemporáneos, la vida y las circunstancias, cuando no la muerte, nos separó.
A pocos de los que viven los reconozco, es que yo los dejé jóvenes, aunque ellos
sí dan cuenta de mí, me dicen que no he cambiado. No comprendo ese mecanismo de
la memoria. Yo busco aquellos jóvenes que dejé y encuentro estos ancianos
resignados a hablar de sus dolencias o de sus nietos. En la multitud los busco, sin querer, se me aparecen solos , en un
ómnibus por Malvín, varias veces me quedé mirando a Diana. Iba parada en el
pasillo, apretada por el pasaje, no podía evitar mirarla, hubiera necesitado
pellizcarme para dejar de creer que no era ella. La chica no se dio cuenta, por
suerte, de mis miradas furtivas. En dos oportunidades sucedió dicho encuentro.
En otra ocasión, fue el
fantasma de Hugo Gomensoro, al que vi
por última vez en Buenos Aires en 1974.
Él se había huido cuando cayó su hermano, el Tito, dicen que en la Facultad de
Agronomía. Muchos años después se sabría de la trágica peripecia de Tito a
manos de sus captores. Pero a Hugo lo traté en aquella primavera del setenta y
cuatro, luego yo regresé a Montevideo y
tiempo después se supo que había desaparecido al año siguiente a manos de los
comandos del Cóndor, su cuerpo nunca fue hallado. El fantasma de Huguito se me
presentó en la persona de un joven militante, no solo era el parecido físico,
la voz, la personalidad como si fuera su reencarnación treinta y seis años
después….
Caras, gestos, personalidades,
pueden repetirse en las diversas generaciones, seguro que si buscamos vamos a encontrar muchos rostros de
viejas estatuas romanas o griegas en contemporáneos. Pero solo nos impresionan
aquellos con los que compartimos momentos intensos o importantes de nuestras
vidas, sus esperanzas y sus miedos.
Fantasmas son aquellos para
los cuales no hay imágenes presentes, mientras los espejos y las malditas fotos
denuncian nuestra, tal vez inmerecida, longevidad.
Dante, que también sufrió
persecuciones y salvó su vida de los
verdugos, en su vida de exiliado hizo justicia en su obra colocando a sus
enemigos en los infiernos, a los amigos y referentes entre el purgatorio y el
Paraíso, porque los nacidos sin conocimiento de Cristo cumplían inocente
eternidad en la antesala del Paraíso.
“Por mi se va a la ciudad doliente
Por mi se va al eterno dolor
Por mi se va a la perdida gente”
Antes de mi no fue nada creado
Si no lo eterno y yo eterna permanezco
Dejad toda esperanza los que aquí entréis”
Pudimos ser
advertidos de que el mal absoluto estaba
entre nosotros, entre los vivos y que el más brillante poeta nunca pudo recrear
esa maldad porque aún como amenaza a los
mortales, las almas inmortales eran
condenadas para su redención, por ello nos dice el poeta:
“La justicia movió a mi alto Hacedor:
Soy la obra de la divina potestad,
La suma sabiduría y el primer amor”
Hoy se
publicita el mal absoluto,sin sentido niredencióntras
el padecimiento, busca la venganza y el exterminio para solaz de los verdugos.
El “mal” era un error a enmendar, como un ángel caído en desgracia, generaba
dolor, sufrimiento y miserias infinitas, pero era lo que hoy podríamos
denominar “una singularidad”.
El “mal
absoluto” cosifica al hombre, lo mercantiliza, lo esclaviza seductoramente en
nombre de la libertad, sus sacerdotes le aseguran que “Dios ha muerto”*, lo ensalzan como “el hombre lobo del hombre”**en
su carrera hacia el paraíso terrenal.
*Friedrich
Nietzsche(1845/1900
**Thomas
Hoobes (1588-1679)
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