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VER PARA ENTENDER

 

Ver para entender es lo contrario de aquel aforismo dogmático, ”ver para creer”, porque el espíritu observador e investigador trata de entender no de creer. Por eso la ciencia siempre fue la madre de la auténtica filosofía. Los viejos griegos eran observadores agudos, estaban empapados de los conocimientos de la época en matemáticas, astronomía y de lo que se conocía de la naturaleza de plantas y de animales. Luego vino la gente desvinculada de la observación, de las ciencias, a especular y surgen los metafísicos y los teólogos, los que crean creencias y hasta han tratado de armar sistemas dialécticos que les convencen del acierto y la inefabilidad de sus especulaciones. Son como aquellos hoy en día aún nos ofrecen máquinas milagrosas que generan energía espontáneamente o los que intentan recrear el “movimiento perpetuo” sin fijarse que tienen los pies sobre una pieza del sistema solar en movimiento perpetuo, para nosotros para nuestra finitud vital.

En fin, la verdadera filosofía que intentan comprender al universo y al hombre se basa en tratar de “ver para entender” o sea se requiere por lo menos acceso a la ciencia del momento en que se especula. Pero , aún nuestro espíritu especulativo tiene la tendencia a tratar de crear certezas ontológicas que nos expliquen nuestra naturaleza humana, que nos “unan”,”religuen” superando nuestras individualidades para funcionar como tribus, así surgen las religiones, los cultos o rituales que religan nuestras animalidades, nos arrebañan.

Pero volviendo al ver para entender. Vemos que a nuestro alrededor se repiten modelos organizativos, que el universo parece un gigantesco fractal de materia que se ordena en forma que se nos hace inteligible,¿porqué? Porque simplemente somos parte de ese modelo fractal que hace coherente al universo de la materia que nos forma y que es la hasta ahora conocida, aunque muchos suponen que esta materia es una pequeñísima parte de la otra materia, la que no percibimos, que denominan ahora materia oscura. Pero este “universo” de materia que nos forma es bastante uniforme, construido por los mismos elementos, átomos, que conforman la tabla periódica que halló la química.

La tabla periódica, con su lógica, permitió intuir la existencia de elementos que no integraban nuestra existencia cotidiana, pero que se revelaron luego en la medida de que seguimos “viendo para entender”, creando nuevos instrumentos que amplíen nuestros rangos de percepción.

Ahora bien, nuestra mayor dificultad es aplicar el método de “ver para entender” a nuestras relaciones sociales, al funcionamiento de nuestras sociedades. Y la dificultad estriba en que nos resistimos a aceptar que formamos parte de ese universo fractal, ese orden de la materia que se impone a toda la escala organizativa. Nuestra inteligencia cree no formar parte de esa inteligencia y se cree en sí, se postula, como la “conciencia del universo”. Pero eso no es mas que creencia, supuesto religioso puro.

Creemos que somos diferentes al resto del conglomerado biológico del planeta. Que inventamos el engaño, el camuflage, las estrategias y las tácticas de sobrevivencia y por eso somos”una especie inteligente”. Bien, los biólogos y naturalistas, los estudiosos del comportamiento de la vida en sus diversas formas, han sido testigo de todas nuestras pretendidas “originalidades” en  múltiples organizaciones vitales.

El agricultor sabe, en su milenaria experiencia, que los cultivos se acrecen desde las raíces, que los animales lo hacen por sus bocas, en fin que la vida necesita energía para crecer. Que si se secan las raíces no crece la planta, si el animal no encuentra sustento sobre la tierra se reduce su número en la misma proporción de su capacidad para nutrise. Que las plantas en tiempos e escases reducen su follaje, que los animales pequeños tienen mas posibilidades de sobrevivir en tiempos difíciles,etc. Son cosas que hacen a la “ingeniería del universo”, nos parecen natuales.

Bien, entre nuestra “originalidad”como especie, la principal, es la capacidad de competir por los recursos entre nosotros mismos. No tenemos otro competidor sobre la tierra, nos los hemos comido a todos, que nosotros mismos. Así pues el engaño, la seducción, la guerra, son nuestras herramientas de competencia entre las tribus que nos agrupan en diversos ambientes. Y, como una especie de “ingeniería inversa”, tratamos de vendernos recetas fallidas para inhibir el crecimiento de nuestros competidores. Uno de los científicos que descubrió esto fue Benjamín Franklin allá por 1750, se dio cuenta de que su tribu, la inglesa, minoritaria en el planeta, podría medrar mediante el engaño y la seducción de sus competidores. Y en esos supuestos se perfeccionan las doctrinas económicas tendientes a incrementar su desarrollo tribal e inhibir el de sus competidores por el territorio. Y esas doctrinas económicas son las que exportan para enlentecer, distorsionar, malograr, el potencial desarrollo del resto de las “tribus” que pueblan el planeta.

Por eso todas las doctrinas que nos venden son de “ingeniería inversa”, son exactamente el espejo, el inverso, de las doctrinas que los hicieron y hacen crecer en cantidad y calidad. La seducción ideológica de nuestras élites las lleva a convertirse en el freno de nuestro desarrollo cultural y económico.

Y eso es lo que genera nuestro estado colonial, dependiente y tributario que nos impide desarrollarnos como sociedades.

Empezar a “ver para entender”, dejar de “ver para creer”, de utilizar pensamientos dialécticos que,  como la “obsolescencia programada” arruina nuestras capacidades de inteligencia y de creatividad.

 

 

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