Los
incendios de la pradera, aún los de las selvas, los generados por rayos o
efectos del recalentamiento estival, son naturales, purificadores, eliminan
materiales resecos que no logran podrirse para ser reciclados por la naturaleza
y los convierten en cenizas de fácil absorción. Hasta hay variedades de árboles y plantas que se han hecho
resistentes al fuego, que lo necesitan para germinar porque su gruesa cobertura
se convierte en un impedimento sin la quemazón y es así que, como luego de todo
gran incendio vienen las benefactoras lluvias, las semillas resistentes al
fuego son las que primero germinan, aprovechando mejor el sol y el agua
disponible, logrando ser las primeras y mas fuertes de la selva. Adelantándose
en crecimiento prosperando rápidamente.
Y es así
también en las colectividades humanas. Luego de una derrota o catástrofe
diezmadora, los resistentes, los que hicieron lo posible para resistirla,
porque estaban preparados se reponen, salen adelante y se convierten en la opción
de sobrevivencia exitosa.
En cambio
los débiles, los que buscan culpables para sus propios errores, los que se reúnen
para llorar los bienes perdidos, esos son los definitivamente vencidos,
derrotados.
Y en la izquierda hay muchos que caen en esas
actitudes. Acostumbrados a los revolcones, hemos vistos estas escenas decenas
de veces. Son los denominados procesos de “autocríticas”, que no son mas que
rituales de autoflagelación colectiva de los cuales nunca salió nada nuevo,
nada positivo, para enfrentar las catástrofes futuras.Nunca se aprendió nada de
esas “atocríticas”, por el contrario, se siguieron cometiendo los mismos
errores y se volvieron a reunir los diezmados a blandir sus látigos sobre sus
delicadas espaldas, provocando lastima y cruel regocijo a sus enemigos.
Este
incendio político quemó la hojarasca. Limpió el terreno de yuyos débiles, de
maleza trepadora y de bichos oportunistas.
Javier de Viana
tiene un cuento, en una rueda de fogón,el viejo gaucho matea en silencio, es
sobreviviente de viejas patriadas, el paria de la tierra, guerrero venido a
peón en una estancia de gringos. En la rueda son todos recién venidos a la
tierra, inmigrantes, la conversación cae en el progresismo y la natural
desaparición del gaucho.
Y el viejo
gaucho les responde: el ceibo parece talado hasta las raíces, pero las tiene
bien hondas en la tierra, con el tiempo
vuelven sus ramas y florecen sus flores sobreponiéndose en el monte. Así ,
dice, la tierra hará de los gringos gauchos que la defiendan con coraje y con
amor.
Todo pasa.
Luis I y su corte agringada también pasará y nos hará mejores, porque los jóvenes son nuestras raíces bien plantadas en lo profundo de la tierra.
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