Algo que es sabido, desde Aristóteles, que la vejez ni la
muerte mejoran a nadie. Por el contrario, todos nuestros defectos, miserias,
maldades, emergen vengativamente en nuestros últimos años. Son los tiempos de
las locuras homicidas, como aquella memorable del Paso del Oro, que diera fama
y gloria al niño Dionisio Días en Treinta y Tres. Locura mansa o brava vienen
inexorablemente con los años.
Así pues, el vecino amable, ese que vino a Canelones a
disfrutar de una laxa urbanización, del amplio espacio arbolado, de los
jardines aromáticos, de la naturaleza amable para criar sus hijos. A ese le
llega el día del afanoso higienismo hojas y pétalos muertos, de las fobias
forestales, el tiempo del hacha y de la motosierra. Si sus huesos no le dan, contrata
verdugo forestales. O envenenan árboles con líquidos infames como ácidos de
baterías. Verdaderos viejos uchas son capaces de ahorrar para pagar su propio
verdugo forestal. Estos son los vegetal fóbico, pero también están los enemigos
de los animales. Esos que distribuyen carnazas envenenadas porque odian a los
perros, los de la calle, pero también los de sus vecinos. Si los verdugos
forestales son tolerados por la mayoría de sus vecinos, aunque éstos sean
privados de los beneficios ambientales directos, sombra y fresco en verano,
refugio de aves, u oxígeno. Nadie valora la vida vegetal, la ignorancia hace
que no podamos distinguir un tronco de una tabla, de ahí la tendencia a
introducir clavos en los troncos con cualquier pretexto.
En cambio, los asesinos de mascotas son generalmente
repudiados, execrados y hasta denunciados a unas autoridades, autistas,
agobiadas por los crímenes humanos sin resolver.
Y si hay abundantes términos para expresar respeto y cariño
por la vida humana, humanismo, filantropía, no la hay para el resto de las
manifestaciones vitales que nos rodean. Pueden hacerse frases, “amigo de las plantas
o de los animales”, pero no tenemos la palabra, el concepto certero.
Apenas podemos considerar, pese a la milenaria prédica de las
religiones, semejante a los “bípedos implumes” que nos rodean, menos podríamos
imaginarnos compartir naturaleza con el resto de los vivientes del planeta,
aquellos que nos rodean íntimamente, como vegetales u animales.
Comentarios
Publicar un comentario