El cerebro enjaulado que preside mi
página es la cruda imagen de nuestra situación. Nuestras percepciones son
construidas por dos elementos fuerza: los datos que nutren nuestros sentidos,
lo que consideramos información que por diversas vías van cargándonos de
contenidos. Y los sentimientos con los que cargamos esa información. Esos
sentimientos, fobias, pánico, angustia,etc, es lo que nos lleva a convertir
datos en fuentes de certezas y con ello guiar nuestras acciones.
La
sobre saturación informativa produce un fenómeno semejante al encandilamiento o
saturación lumínica sobre nuestros ojos. No vemos nada. De la misma forma un
elevado sonido nos puede dejar sordos, o fijar los ojos hacia el sol ciegos. Y
esto es lo que nos está sucediendo en este momento, saturación mediática y en
ello incluyo las redes que en este aislamiento se interponen entre nuestros
sentidos y la socialización personalizada.
Así
pues, que estamos prisioneros. Limitados, como condenados en nuestros domicilios
a intentar “saber algo de lo que sucede fuera”. Como prisioneros en un oscuro
calabozo, condenados al aislamiento, todo ruido, todo indicio de conversación, aunque
sean ecos de voces aisladas, se convierten en “información” de lo que sucede
fuera. De ese mundo exterior del que estamos excluidos. Se nos está aplicando la “capucha universal”.
Los
presos en “infiernos”, de la pasada dictadura, o de las cárceles clandestinas
que aún proliferan por el mundo, son sometidos al aislamiento y al desconcierto
sensorial. Una de las formas es someter al cautivo a luz y sonidos permanentes
que le impidan dormir, le hagan perder el sentido del tiempo. Esta “terapia”
aplicada a los presos políticos luego de largos solitarios con las cabezas
encapuchadas, paralizados de pies y manos, buscaba el “ablandamiento” que
precedía a las cesiones de tortura.
Esta “terapia sociopolítica “
aplicada con relativo éxito a miles de ciudadanos con el fin de convencerlos de
que nada podía ser peor fuera de ahí, por lo tanto a aceptar a los nuevos amos. Esto
ha servido para “domesticar” revolucionarios de todos los colores. Es lo que se
llama “terapia de shock”.
Masivamente se ha aplicado a pueblos
enteros, en la segunda guerra mundial se bombardeaba tres veces por día a las poblaciones
civiles, Dresde, Tokio, Hiroshima y Nagasaki, cimentaron la”paz americana de
posguerra”, para doblegar el espíritu de los pueblos, para que aceptaran que
nada peor podía ocurrirles si se rendían.
Pero hoy estamos en otro mundo, más
sutil, las mejores fantasías distopicas del siglo XX de Aldous Huxley en su “Dictadura
perfecta”, han sido superadas por nuestra realidad.
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