«Las órdenes eran lo más importante de mi vida y tenía que obedecerlas sin discusión». Adolf Eichman, dijo el militar alemán ante los tribunales que lo juzgaban por su participación en el Holocausto judío. Un hombrecillo común y corriente, como otro millón de alemanes miembros del estado, obedientes y sumisos. Hasta tímido, lo describieron los psicólogos israelíes que lo estudiaron antes de ejecutarlo, buscando la razón de la sinrazón criminal. Esto movió a un psicólogo social norteamericano, Stalnley Milgram, a realizar su célebre experimento , en la Universidad de Yale, entre 1960 y 1963, participando unos mil ciudadanos corrientes, a los cuales se les ordenó a aplicar descargas eléctricas a semejantes, cada vez que éstos erraban una respuesta a un cuestionario, entre 30 y 450 voltios. El resultado de estos experimentos es que el inhibidor de la conciencia moral es la obediencia. Somos determinados a obedecer desde pequeños, toda la socialización se funda en la obediencia a las jerarquías, desde los padres en adelante..
Nuremberg ejecutó a unos pocos visibles responsables, pocos asumieron responsabilidad de sus actos, todos miraron para arriba, pero Hitler y su estado mayor se habían suicidado antes de la rendición del ejército, exonerándolos a todos.
Los campos de concentración nazis despertaron la curiosidad de otro psicólogo conductista norteamricano, Philip Zimnbardo, el cual en la década de los setenta, realizó un experimento en la universidad de Stanford, poniendo a “jugar” los roles de prisioneros y de carceleros a un conjunto de alumnos seleccionados al azar. Su experimento se le fue de las manos en menos de una semana, generándose entre presos y reclusos situaciones de tal agresividad que se produjo un motín, que determinó la suspensión del experimento. Las conclusiones a las que arribaba Zimbardo luego de esta experiencia, es que lo que cambia las conductas humanas ordinarias, son las situaciones extraordinarias, definiendo la situación con la frase,” una mala canasta puede pudrir todas las manzanas”, denominó “efecto Lucifer” a este proceso que determina que “chicos buenos hagan cosas malas”. Más contemporáneamente, cuando aparecieron las fotografías de la cárcel de Abu Ghraib, en el que jóvenes soldadas del ejército norteamericano, constituido por reclutas ciudadanos, no mercenarios, se fotografiaban flagelando a prisioneros árabes, toda una gracia para solaz de sus familias, el psicólogo Zimbardo, dijo, que se confirmaba su teoría, por la cual, “una mala canasta pudre todas las manzanas”.
No todo está perdido para Zimbardo, ante tanta cobardía disfrazada de obediencia debida, siempre hay lugar para las excepciones, los héroes, los individuos capaces de sublevarse contra las órdenes infamantes. Para ello hay que romper con la cultura del sometimiento jerárquico, educando para la liberad de conciencia, desde la familia y el sistema educativo, recomienda.
Así que, concluyendo, si no se quieren motines carcelarios, no se debe de hacinar, comprimir, en esas perreras que no buscan rehabilitar a nadie sino simplemente destruir la condición humana de presos y carceleros por igual. Si no queremos forzar a la gente a padecer “el efecto Lucifer”, prohijando actos infamantes y sangrientos motines.
La hipocresía de los vivos no se anima a advertir, en los frontispicios carcelarios, como lo hiciera Dante en su recreación del Infierno: “Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se va a las penas eternas, por mi se va entre gente perdida”… “Los que entráis aquí perded toda esperanza”, Tal vez porque no tienen, ni “la divina potestad, la suma sabiduría y el amor eterno”, que Dante atribuía al creador del universo.
3694c.e.
Mario de Souza 26/08/09
Nuremberg ejecutó a unos pocos visibles responsables, pocos asumieron responsabilidad de sus actos, todos miraron para arriba, pero Hitler y su estado mayor se habían suicidado antes de la rendición del ejército, exonerándolos a todos.
Los campos de concentración nazis despertaron la curiosidad de otro psicólogo conductista norteamricano, Philip Zimnbardo, el cual en la década de los setenta, realizó un experimento en la universidad de Stanford, poniendo a “jugar” los roles de prisioneros y de carceleros a un conjunto de alumnos seleccionados al azar. Su experimento se le fue de las manos en menos de una semana, generándose entre presos y reclusos situaciones de tal agresividad que se produjo un motín, que determinó la suspensión del experimento. Las conclusiones a las que arribaba Zimbardo luego de esta experiencia, es que lo que cambia las conductas humanas ordinarias, son las situaciones extraordinarias, definiendo la situación con la frase,” una mala canasta puede pudrir todas las manzanas”, denominó “efecto Lucifer” a este proceso que determina que “chicos buenos hagan cosas malas”. Más contemporáneamente, cuando aparecieron las fotografías de la cárcel de Abu Ghraib, en el que jóvenes soldadas del ejército norteamericano, constituido por reclutas ciudadanos, no mercenarios, se fotografiaban flagelando a prisioneros árabes, toda una gracia para solaz de sus familias, el psicólogo Zimbardo, dijo, que se confirmaba su teoría, por la cual, “una mala canasta pudre todas las manzanas”.
No todo está perdido para Zimbardo, ante tanta cobardía disfrazada de obediencia debida, siempre hay lugar para las excepciones, los héroes, los individuos capaces de sublevarse contra las órdenes infamantes. Para ello hay que romper con la cultura del sometimiento jerárquico, educando para la liberad de conciencia, desde la familia y el sistema educativo, recomienda.
Así que, concluyendo, si no se quieren motines carcelarios, no se debe de hacinar, comprimir, en esas perreras que no buscan rehabilitar a nadie sino simplemente destruir la condición humana de presos y carceleros por igual. Si no queremos forzar a la gente a padecer “el efecto Lucifer”, prohijando actos infamantes y sangrientos motines.
La hipocresía de los vivos no se anima a advertir, en los frontispicios carcelarios, como lo hiciera Dante en su recreación del Infierno: “Por mí se va a la ciudad doliente, por mí se va a las penas eternas, por mi se va entre gente perdida”… “Los que entráis aquí perded toda esperanza”, Tal vez porque no tienen, ni “la divina potestad, la suma sabiduría y el amor eterno”, que Dante atribuía al creador del universo.
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Mario de Souza 26/08/09
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