El retorno de H. Amodio Pérez me trajo a la memoria un cuento de J.L.Borges, acápite de esta nota.
La ficción borgiana se instala en una de las tantas luchas de
la resistencia irlandesa en el siglo XIX. En
determinado momento comienzan a darse contrastes en la lucha que hacen
sospechar a los revolucionarios que en su dirección hay un traidor que guía
certeramente al enemigo en sus golpes. De esa investigación resulta que se
descubre que el traidor es el jefe del movimiento revolucionario. La dirección
condena a muerte al jefe, pero se les plantea un dilema de hierro. La muerte
ignominiosa del jefe significaría el final del movimiento revolucionario por la
desmoralización que esto generaría en el pueblo y con ello la derrota total de
la causa. Ante esta situación el jefe plantea que su muerte se lleve a cabo de
tal forma de que el movimiento quede fortalecido y por ello pide morir
asesinado por un enemigo anónimo. Es así que se organiza una puesta en escena
en un teatro y el jefe muere como un héroe asesinado en medio de la función. Se hace
justicia personal, se pierde un traidor y se gana un héroe para la causa.
El caso de Amodio nos plantea la situación de su traición,
que en su momento manejó como una cuestión de sobrevivencia personal, cargando
con la ignominia de ser el responsable de la ruina de su movimiento y su condena
al exilio y la fuga sin fin. Pero
transcurridas cuatro décadas largas, ya en el fin de sus días, el peso se le
hizo insoportable. La traición le permitió salvarse y salvar a su pareja,
rehacer su vida, tener descendencia, pero ya eso no importa, el tiempo se le
acaba, es un sobreviviente que desea volver a casa, morir en su tierra, aunque
sea preso. Sus ansias de libertad se
esfumaron con su juventud. La vida misma ya no significa nada y desea salvar su
nombre, sacarse el sanbenito de traidor de la cabeza, publicando sus memorias
en su tierra, no para sus cofrades, para
las nuevas generaciones que no lo conocieron. Ya después de todo quedan
pocos actores en la escena del drama. La muerte
los ajusticiará a todos con el olvido eterno.
Condenado a muerte en la mente y en la fantasía de muchos,
pero nunca nadie se sintió tan seguro como para concretar el acto justiciero
que redimiera en él al colectivo traicionado por varios.
Tal vez esperó
pacientemente esta ejecución todos estos años,
para su redención personal,
porque no hay peor muerte que el olvido para quien abrazó una causa trascendente. ¿Por qué no se
hizo justicia? Seguramente porque nadie estaba totalmente convencido de que
valiera la pena hacerlo. Porque nadie tenía interés en la continuidad de la
lucha, en levantar una moral colectiva herida por la traición y condenada a muerte por la desmemoria, que no
es lo mismo que el olvido, es peor porque es parcial, selectiva y fraudulenta.
Por eso el cuento la historia del traidor y el héroe adquiere
relevancia. Porque al traidor puede moverlo la cobardía circunstancial, hasta resentimientos personales, pero la traición
inexplicable e inimputable de un jefe como Amodio, solo puede ser comprendida en el marco de la rendición implícita de todos los demás
jefes, el abandono a su suerte de un pueblo del que eran inmerecido estandarte.
La rendición moral no pudo ser disimulada por la traición. En
la ficción borgiana surge el factor
moral que reconcilia al traidor y a los traicionados en aras de salvar la causa, para que la bandera, pese a
las bajas, pueda seguir en alto.
Es una bonita ficción, para Irlanda, Euskadi o
Cataluña, pero nunca en Uruguay .
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